De difícil visionado, especialmente cuando el señor Silvestre abre la boca (por qué muchos actores españoles parecen recién salidos de la cárcel), por sus diálogos del Carrefour, nulo interés y pobre trama, la película además se convierte en un hilarante escaparate de cárnicos a partir de la mitad del metraje para concluir de la forma más inverosímil y arbitraria posible.
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