Con esta película conocemos dos cosas: que el cine rancio y chapucero es una plaga universal de la que ni siquiera los otrora rigurosos alemanes se libran y que para ganarse el favor de las
majors hay que suscribir, con guantes de goma y tapándose la nariz, los parámetros y convenciones del cine comercial estadounidense a pies juntillas.
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