Asumiendo las convenciones del cine estadounidense más casposo un señor de la tele autoinvestido de autoridad artística nos abofetea la cara y el hígado con este monumento a la estupidez cinematográfica. La precipitación del guión -para qué hablar de su calidad narrativa-, la previsibilidad de la historia, la flatulenta interpretación, la puesta en escena "a lo Telecinco" y muchos detalles más son las insolentes vergüenzas de un producto ínfimo.
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