Así de turbulento y multitudinario es el cine del serbio, así de gitano y flamenco, podríamos decir, pues no hay un sólo segundo en la película en que deje de sonar la música popular serbia y todo sea excesivo y escandaloso. Siempre me había resistido a hincarle el diente a tan exuberante y aparatoso director y creo que tenía razón en hacerlo. La película es un ruidoso y confuso despliegue entre Airbag y Amelie, en la que hay alguien incluso que quiere encontrar feroces denuncias sobre la trata de blancas o la corrupción política... pues ni idea. Entre el hombre bala que no deja de revolotear y las castraciones de toros y chulos, Kusturica monta una tira cómica en la que a veces no sabe cambiar el tono con elegancia, embutiendo personajes salidos de una película de Capra en la que hubiesen repartido estupefacientes y alucinógenos como catering. Lo único que se puede salvar del revoltijo es la escena en la que, al son del portentoso himno soviético (podría ser incluso la Internacional, siempre los confundo), el abuelo y la atleta rompen a llorar.
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