domingo, 27 de julio de 2008

Escalofrío, de Isidro Ortiz


Se llama Eskalofrío, el cartel es en blanco y negro con las letras en rojo y muestra una imagen "escalofriante" de una niña... se han tomado la molestia de que todo nos lleve a pensar que se trata de una película de miedo, ¿no?, pues no, es de susto, que no es lo mismo. De susto porque se recurre al viejo truco de dar un repentino hachazo de música en una escena silenciosa para encoger el corazón de los espectadores. Los ya iniciados nos olemos el pastel y estamos prevenidos, lo que no nos evita el dolor en los tímpanos. Eskalofrío está contada de forma grosera; le sobran las escenas incial y final, lo que no es necesario ser contado se hace explícito hasta la náusea y lo que requiere cierta destreza narrativa se deja al pairo de los acontecimientos o al abracadabra de un cuarteto de guionistas inútiles. Los jóvenes actores son más bien jóvenes actuantes y a veces cuesta entender si hablan en español o en rumano. Aunque es de alabar que en la pequeña y débil industria cinematográfica española alguien se atreva a producir curiosidades como esta, no podemos dejar de observar un molesto apego a las peores convenciones estéticas del cine estadounidense, como el uso abusivo de la música (¿nadie se da cuenta de que produce el efecto contrario al que se pretende?), unos diálogos comprados en el Carrefour (como diría Manolo Matji, uno de mis profesores en la Ecam... esto va por ti, Coque, cariño) y la ya mencionada incapacidad de contar las cosas sin necesidad de azares u hórridos flash backs, que como en este caso, terminan de enterrar en estiércol un producto de ínfimo valor cinematográfico. Por último, si alguien sabe qué se consigue sustituyendo la c por la k en el título que me lo diga, por favor, que le invito a un Petisuí.

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