La cara de la Huppert se nos queda grabada de tan cerca que busca el señor Jacquot las pecas de la actriz. Con papá Truffaut a un lado y mamá Rohmer al otro (hay un angustioso momento, con sudores fríos y temblores, en el que la película parece virar hacia ese
pantano de la tristeza narrativa que es
El rayo verde), Rossellini desde la esquina y Godard tirando huesos de melocotón en el camino esta cosita intensa puede llegar a tener algún interés, pero sólo alguno.
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