En cuanto aparece la Jolie, y apenas lo hace en la primera escena de la película, se entiende de qué va este pastelito insípido, tramposo, indecente y vacuo perpetrado por el que fuera director de La vida de los otros. Así, uno empieza a entretener la mirada en asuntos tales como la magnífica suspensión de los trenes franceses o a imaginar el hedor de los canales venecianos.
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