Las acacias, de Pablo Giorgelli, está rodada casi en su integridad en la cabina de un camión. A esta "cohibición" escénica se le une la austera interacción entre los dos protagonistas. Cabe destacar la construcción, por medio de esta forma pautada y pausada elaboración narrativa, de la relación entre los personajes, para desembocar en una escena final intensa y acaso emotiva.
Aprovechando que el Pisuerga de los Goya pasa por el Valladolid de internet (¿?), voy a hacer un repaso informal al cine hispanoamericano.

En el otro extremo de la elaboración cinematográfica a
Las acacias, en este caso el convencional, está
Güelcom, de Yago Blanco, una simpática comedia sobre relaciones y reencuentros que incluye el exotismo de un personaje español en Buenos Aires y que da cierto juego, sobre todo lingüístico. Previsible pero agradable de ver.

En la misma onda, y repitiendo actor, el curioso Peto Menahem, está
Juntos para siempre, de Pablo Solarz, la historia de un guionista cuya relación sentimental se rompe y que vive atrapado en el recuerdo, convenientemente distorsionado, del abandono paterno. Con dos o tres momentos potentes, es no obstante irregular y la estructura se resiente con la inclusión de las escenas del viaje del padre.

De
Stephanie, de Maximiliano Gerscovich cabe destacar que se exhibe a través de internet y está al alcance de todo el mundo. Todo lo demás es un ejercicio de pedantería estética y tedio narrativo.

Después de
Qué pena tu vida parecía lógico que llegara
Qué pena tu boda, de Nicolás López, en la que encontramos a los mismos personajes de aquella pero inmersos en asuntos mas "adultos" y con un tratamiento menos enérgico.