
En general, los directores y guionistas españoles no tienen nada que decir. Quizá por eso, Juan Antonio Bardem, en las Conversaciones de Salamanca, denunció que el cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico. Casi cincuentaycuatro años después nadie puede refutar ninguna de estas afirmaciones. Da la impresión de que, en general, los cineastas españoles son intelectualmente inferiores a los del resto del mundo, y la razón, presumo, es que los cineastas españoles, en general, no tienen una opinión formada, no son propietarios de una reflexión personal sobre el cine ni se han tomado un segundo de sus vidas para pensar en el cine como (supuesto) arte o como lenguaje, y por lo que cuentan en sus películas, no parece que hayan pensado siquiera en el mundo que les rodea. La verdad es que no parece que sean profesionales del cine. Los cineastas españoles, en general, carecen por tanto de inquietudes, pensamientos, sentimientos o reflexiones propias acerca de la vida, la existencia, el cosmos o la tortilla de papas, si me apuran, que expresar en sus historias, de ahí que sus capacidades narrativa, estética y creativa se limiten a asumir y mimetizar convenciones prestadas de otras industrias más potentes y enérgicas, de ahí que, como en El juego del ahorcado, no alcancen más que a construir torpe, aparatosa y confusamente un cuento banal, vacuo, ridículo a veces, lleno de contradicciones, inverosímil, sin personajes, sin estímulo... por no hablar de los actores, que serán guapos y tendrán bonitas tetas (graciosa y profusamente exhibidas "por exigencias del guión"... no sabe na el guión), pero vocalizar vocalizan como el ano. Y mañana los Goya.